Orgullo de Quisqueya, es más que promovido (Una crítica emotiva)

El público debe descubrir este documental de orgullo y resistencia humana, de sueños y trabajo, de dolor y esperanzas. Temer a las lágrimas, no tiene sentido. Llore usted e inspírese

José Ramón Genao se constituye en un ejemplo extraordinario de aplicación escolar al haber logrado entrar por concurso a la Universidad de Harvard, el primero que o hace.

Acabo de ver Orgullo de Quisqueya y confieso que me recuperó en lágrimas, más de una vez, el impacto de sus imágenes y sonidos.

No es la primera, ni será la última vez, que el género documental de cine dominicano, se orienta a desplegar, respecto de los dominicanos en el mundo, su valor, el talento, la disciplina, la capacidad de resistencia ante la adversidad.

Ha habido productores de televisión con proyectos para la pantalla chica, incluyendo a Negro Santos (Santo Domingo, Invita, 2003), Cecilia García, 2015) y directores como Héctor Manuel Valdez (Diáspora, 2022) o Héctor Ulises Montás (Raffi Vásquez, 2022), que han seleccionado dominicanos de talentos y luchas, para proyectos audiovisuales.

Pero Orgullo de Quisqueya, no es eso. Es distinto. La promoción en torno a su convocatoria, no le hace justicia a la calidad y esencia del proyecto. Orgullo de Quisqueya es más de lo que se pueda referir en una nota de prensa o en unas fotos de mercadeo en una premiere, parte de una metodología que a los críticos no nos dice mucho.

Lo que habla es la obra en pantallas. De una producción audiovisual, su valor está en su expresión en tanto sea cine.

Ariel Suero es uno de los casos in extremis más reveladores y dramáticos.

Y este refleja con exactitud el valor excepcional de este trabajo, escapado de esquemas para entregar un cine dominicano que refleja criterio y disciplina fílmica, hermosas y estimulantes imágenes, un guion racionalizado en la exposición de planos temporales y un sentido de la responsabilidad del contenido que finalmente se entrega.

El discurso visual ha destrozado el prejuicio de que, por provenir de un origen televisivo, lo que saldría, a lo sumo, tendría el formato de un cuidado reportaje de noticiario SIN. Y también se ha superado el tamiz familiar, marcadamente Hasbun, que es un agregado de marca. No era necesaria la añadidura.

El trabajo vale por sí mismo. La elevación de la calidad fílmica del proyecto está determinada por la concepción de los productores y la selección tanto de Tito Rodríguez como director y como la habilidad del guionista Junior Rosario (creativo al que debería prestársele mayor atención en un país que no tiene una categoría para quienes crean los conceptos de las películas)

Orgullo de Quisqueya es el documental que deberíamos tomar en serio y acudir a sus proyecciones tan solo como motivo de inspiración, por su valor testimonial, en un planteamiento artístico y humano me sorprendió y me tomó por el lado más sensible: Lloré (Sí, lloré. ¿Qué hay de mal en eso?).

Y creo que quienes se decidan a dar una oportunidad a este proyecto, a darle el calor de apostar por un trabajo digno, realizado con sentido audiovisual, sobre un gran planteamiento temático que debería estimularnos a todos, todos los días, estará pagando la mejor boleta de cine de 2023. Eso pienso. Y perdonen.

Durante la proyección, mi sonrisa cómplice se expresaba con agrado al conocer de la vida, trayectoria, dolor, esperanzas y sueno discretamente y con gran agrado ante el ejemplo de estos ocho dominicanos y dominicana, todos con historias distintas aun cuando idénticas en sus esencias, en las que todo se reduce a la resistencia y la irrenunciable voluntad de ser.